Puedo entender lo que en Darío se mueve,
pero jamás entenderé
el noble corazón de la serpiente,
-reptar triste de venenos
dulces del panal perenne,
sombreada selva de miel
donde aúricamente llueve-,
el desconfiado latido
que bombea un miedo entre
los tan auténticos árboles
y su trémula mirada pendiente.

¡La eterna cadera de la tierra!,
frágil y plana, un curvilíneo Hermes,
eres el dual homicidio
del ambiguo ciego clarividente.




Soy un teléfono que suena
como un yunke en mis entrañas,
nórdico Thor se aproxima
con gélido cable de plata.
Rudo teclea su nombre
dejando huellas de escarcha.
Desayuna con el hierro,
que a martillazo en su fragua,
maltrata hasta dejarlo
mineralmente en las brasas.
Apetito de pirita
con seis luces del alba,
amanecer que no tiene
este dios de escandinavia.

Señorito, Camarada y Señorita, Oslo