Remolinos verticales de gigantescas tensiones de un alto voltaje capaz de levantar el bello de mis brazos e incluso poner en pie un mismo rio, eso es lo que siento cuando estás cerca de mí. Cierro los ojos fuertemente, e incluso mis oidos con un titánico esfuerzo mental, nada de tí ha de importarseme. Soy autárquico. Me basta con arrodillarme y besar tu pie del verbo "sentir", del verbo "oler". Son píldoras con las dosis necesarias para tratar mi gozosa e interna pandemia de ti. De lo contrario, si te mirara, si te oyera, empezaría a notar en mis oidos y ojos la sensación de estar acostado en el fondo de una piscina mirando el final de la supercie, vería, llenos de impresión, cual cuadro de Van gogh, el sol, mis pies y mis manos. Lloraría, y no me daría ni cuenta al existir bajo el agua quebradiza. La sal de mis lágrimas se fundiría escociendo con tu estampa divina y dulce, de cloro y cal.
Se anegarían con tu agua las cavernas de mis oidos, borrando de la historia todas mis pinturas primitivas, se irán de mí, de mi vida, seré un charco, un carco de agua sobre el agua que eres, donde levita una luz marchitada.
TAN Terribles radiaciones que la avena
de tu campo de rizos fruñe y ciñe
mis dos cejas contra la ardiente arena.

TAN Terrribles radiaciones que tu cuello,
el pedestal de tu castaña niebla,
confúndeme y disgrega entre el rostro que te puebla.
(Llanto)

Es un fulgor aüténtico
de sabia y luz marchitada,
que en tí brota suavemente,
con la aurora, en tu pestaña.
Un ancho y lento derrame
de arena, espinas y ranas,
que en par se abre gota a gota
sobre el hielo de tu cara.
Una viga incandescente
de un rojo vivo que tacha,
asentando los cimientos
de tu próxima fachada.
Donde crecen madreselvas
con las espinas de plata.
Donde croan ranas entre
punzadas metálicas.
Donde vuela arena donde,
donde quieras sepultarla.
Duermes bajo dos mantos.
Uno te roza la piel,
otro lame mi mano.
Uno soporta el peso,
otro está al frío raso.
Duermes bajo dos mares
de un hilo bien tallado.
Uno ligero toca
tu cuerpo de pájaro,
otro más tosco y rígido
guarda y vence tu párpado.
.
¡¿Y no te das cuenta
que mi mano debajo,
sobre sólo tu cuerpo,
bajo el par de mantos,
caüsarte podría
un temblor de relampagos?!
Cada gota en el cristal de este tren que traquetea a la velocidad de verte, esta mañana que late al tritmo de los objetos que alcanzo a ver tras la ventana, este manto gris y ajeno de vidas anexas a mí, sentadas esperando a revivir en la estación. Cada uno de estos borbotones de movimiento, me hacen sentir alguien, alguien que se disgrega, se disgrega de sí mismo para reunirse contigo. Tú, eres la más pura expresión de que ello existe, lo más natural y primitivo. ¿Por qué más bonito cada vez que los muros de las palabras nos tapian? Es mi gran enigma. Es el enigma que me hará codificar aquí, en este papel, junto con la ayuda de los jeroglíficos transparentes que forman las gotas en el cristal y el huidizo paisaje de árboles atletas que corren tras ellas, lo que nunca le podré decir y siempre sabrá. Quizás por eso me guste escribir.

Noviembre de 2008. Yo, desde Murcia de camino a Barcelona. Ella, desde Lucerna de camino a Barcelona.