Descalza sentías la grava
corriendo a ciegas por ella,
la cuesta de nuestra ciudad,
empinada y morena.
Grácil corre tu estátua
entre siglos que observan
cómo fue tu desgaste y
cómo tú lo asemejas.
Cuando fuimos esos niños
criados entre iglesias,
todo era un universo,
juntos, al margen de éstas.
Tú por siempre quisiste
volar a la gran colmena,
amando nuestra ciudad
sin ser de veras la nuestra.
Una ciudad en la cual estuve
pensando que era desierta,
entendí lo que me decias:
-es histórica y moderna.
Siempre fuiste tan única,
tan delicada y buena
¡que dichosos fueron los que
entendieron lo que piensas!

Cuando fuimos esos niños
criados entre inglesias
todo era un universo,
juntos, al margen de éstas.



A un Camarada.




Y llorarás dentro de tí,
donde se agotó la pena,
es más, lloverá sobre ellos,
sobre tu sierra morena.
En los pinos calcinados
corren gotas de la ciencia,
los espejos naturales
que refractan cielo y tierra.
Mas aquí estoy cantando
palabras de amor, mientras
mi cara siente caricias
de tus hojas en mi siesta.


Te irás sumiendo en el último reducto, que es lo que nadie y todos necesitan.
Me gustaría expresar cada gota de sentimiento que brota de este manantial, que sé yo si seco. He de decir que puede que se convierta en un vicio sucio de desagüe, pues, ¿Qué se nos queda si nos dedicamos a derramar, gastar o, a veces, incluso malgastar palabras que no llevan a ningun puerto sino a una tormenta de hundimiento más que asegurado? Nada.
Creo que las corrientes de ideas que desenvocan a las letras, palabras y frases marcan mis ciclos, es decir, tienen un ritmo, una creación y una duración determinada. Tú fuiste pieza inamovible de esa etapa, pero creo que estoy poniendo en manifiesto que te acabaste, o al menos eso quiero.
Abriste y Zanjaste (de la A a la Z) la etapa: una bella y absurda parcela en mi huerto de desesperanzas.
Pajaritos voladores,
femeninamente doblados,
con el más fino papel
sobrevuelan los tejados
de las tejas otoñales
precipitadas al sustrato,
por donde un arroyo hace,
cantando y rimando,
lírica de las entrañas
en vientre del suelo pardo,
que se pudre en cada alba,
por el día y cada ocaso,
con el ancho y lento trotar
del amor en su caballo.
Hubo una vez un niño que buscaba sin cesar una mirada. Esa mirada sentía que jamás podia ser objeto de los juegos infantiles de las almas. Esos juegos de las almas temían volverse antiguos para acabar en las habitaciones oscuras y congeladas.
- Aquí, en las habitaciones oscuras y congeladas no hay cabida para las miradas, dijo una vela a una muchacha.
- Sé que alumbras las más oscuras estancias, pero, ¿acaso tienes el poder para alumbrar dónde me mandas?
- Sólo tienes que girar la vista atrás, sonrreir, y mirar al niño que amas, confesó la vela babeante de cera a la indecisa y confundida muchacha.